Doña Erlinda Guamán vive con menos de tres dólares al día. Su vivienda, elaborada de adobe y con techo de paja, no cuenta con los servicios básicos y no recuerda la última vez que tuvo atención médica. Ella es una de las 6.700 personas que habitan en la parroquia Angamarca, ubicada en la provincia de Cotopaxi, en la sierra del Ecuador. A sus 78 años es parte del 54% de mujeres indígenas ecuatorianas en situación de pobreza.
La situación de las mujeres rurales en el Ecuador queda evidenciada en los datos que maneja el Observatorio de Género Mujeres y Territorios, que ha reunido una serie de indicadores nacionales para dejar de manifiesto las inequidades que afectan a las mujeres de América Latina.
Y Ecuador no escapa a esta realidad de desigualdad y rezago, principalmente en las áreas rurales. Por ejemplo, de acuerdo con lo expuesto en el Observatorio, que recoge datos de la Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo (Enemdu-2016), el desempleo, a nivel nacional es un 38% mayor en las mujeres que en los hombres.
Aunque la falta de empleo es considerablemente menor en las zonas rurales que en las urbanas, la brecha de género relativa es mayor: las mujeres rurales presentan un 79% más de desempleo que los hombres y las mujeres urbanas un 39%.
Un total de 2.9 millones de mujeres viven en el campo ecuatoriano y según los datos del último Censo Nacional Agropecuario (2000), de las 842.882 unidades de producción agrícola, registradas en el país, un total de 213.731 unidades eran explotadas o administradas por mujeres, es decir que apenas el 25% de la tierra dedicada a la producción en el Ecuador, está en manos de mujeres, frente a un contundente 75%, que está bajo la custodia de los hombres.
Aunque doña Erlinda ha trabajado la tierra desde niña, primero en casa de sus padres y después, cuando se casó con Pedro, su marido, nunca ha sido propietaria de las parcelas en las que ha dejado su esfuerzo. “No tengo nada yo”, dice con una sonrisa, cuando se le pregunta si el terreno en el que se asienta su choza, le pertenece.
De acuerdo con estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), reunidos en su serie Notas de Política sobre las Mujeres Rurales, si bien es cierto el Ecuador ocupa el tercer lugar en América Latina, en lo referente a explotaciones agrícolas encabezadas por mujeres, se debe tomar en cuenta la calidad y la cantidad de terrenos que son accesibles para la mujer rural.
“Sus predios son siempre los más pequeños y en tierras de menor calidad, con menos acceso a crédito, a asistencia técnica y a capacitación. Pero sobre todo, muchas veces no son consideradas productoras y su voz no es escuchada en igualdad de condiciones que la de los productores hombres. Además, siempre que se desempeñan como productoras realizan junto con este trabajo, las tareas domésticas y de cuidados que, de acuerdo con la división sexual del trabajo prevaleciente, recaen mayoritariamente en las mujeres”, especifica el documento.
Y es que al entrar prematuramente en la vida productiva, la mujer rural tiene menos oportunidades de completar sus estudios o de continuar con algún tipo de formación que mejore sus oportunidades de vida. Según la Encuesta Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC- 2015), el 23% de mujeres rurales en el Ecuador son jefas de hogar. De esta totalidad, el 20,2 % no tienen nivel de instrucción alguno, y el 58,5 % alcanza solo la educación básica. “Nunca pude ir a la escuela, quedaba muy lejos. Solo sé poner mi nombre, cuando tengo que hacer algún trámite”, cuenta doña Erlinda, como un testimonio de esta situación.
Realidades que el Observatorio de Género Mujeres y Territorios busca develar y tal como señala en su presentación, mostrar las amplias desigualdades que enfrentan distintos grupos de mujeres de la población Latinoamericana. “Estas desigualdades son la expresión de una exclusión social profunda, donde la intersección del género, la etnicidad, la edad y el territorio, profundizan la marginación de algunas mujeres frente a otras”. Mujeres como Doña Erlinda, quien desde el páramo ecuatoriano aún trabaja en una tierra que no le pertenece y aprendió a firmar para registrar su voto en los procesos electorales.
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